La primavera la sangre altera

En esa época se dedicaba a coleccionar nombres como quién va juntando imanes en la puerta de la nevera. Creía que esa era la única manera de caminar hacia adelante y demostrarse a ella misma que todavía le quedaba un poco de amor propio. Algunas noches el alcohol solía ser el acompañante ideal, porque con él se bebía los recuerdos y nunca hacía preguntas ni pedía una explicación. Repartía una parte de sí misma en cada una de las camas en las que dormía con la esperanza de renacer de sus cenizas y de olvidarse de un reciente pretérito imperfecto. Buscaba un parche, una sutura, otros clavos para encajar. Aunque el día siguiente solía amanecer crudo, silencioso, quizás revelador, raramente arrepentido. ¿Aquello funcionaba? Sabía que estaba en un punto de transición y se intentaba acostumbrar a ello, acomodarse en esa manera de vivir sin sentir demasiado, sin entregarse más de lo debido, sin exigir nada a cambio.

Andaba ansiosa, asustada, temerosa de un futuro incierto, calculando cada paso; pero maquillaba todas sus inseguridades con una sonrisa de oreja a oreja y con un par de anécdotas para entretener. Dibujaba su propio arcoíris sin colores después del chaparrón, se dejaba mecer por el viento que se colaba por las rendijas de sus costillas en las bocas de metro, se conformaba con comprobar que el sol salía cada mañana y que su corazón congelado parecía latir bajo la escarcha. Disfrutaba como cada año su primer helado cuando todavía no hacía suficiente calor para derretirlo enseguida y se aficionó a divagar por los rincones más inhóspitos de su cerebro, como si eso pudiera aumentar la velocidad del tiempo y solucionar sus problemas. Se convirtió en el gris, en un café templado, en un andén que siempre espera que algo pase, en una mirada huidiza, en un agua sin gas, en un bolígrafo rojo sin tinta roja, en una tela deshilachada, en una novela inacabada, en un cuadro torcido encima del sofá, en un ascensor sin viaje al ático, en un objeto de deseo de usar y tirar. Tal vez siempre había sido así, tal vez se estaba reconociendo a si misma a esas alturas de su vida. Y mientras tanto, sólo dejaba que su nombre sonara en boca de nuevos desconocidos, deseando encontrar la pronunciación con el ritmo exacto que acelerara sus latidos a medio gas para poder colgarlos en la puerta de la nevera...


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