Si hay algo que cada vez tengo más claro es que el ser humano funciona a base de contrastes, o de extremos, cada cual que lo llame como quiera. ¿Por qué sólo queremos algo cuando no podemos tenerlo? Y cuando lo tenemos, ¿por qué estamos tan convencidos de que no lo queremos? Es contradictorio, pero por lo visto nos gusta complicarnos la vida. Con lo sencillo que sería aceptar las cosas tal y como son, sin necesidad de tener que perder algo para darnos cuenta de que sin eso nuestra vida no es igual. Aunque también me planteo ¿qué hay de cierto en querer algo cuando no se puede tener? En esta situación, ¿dónde queda el orgullo? Seguramente en la posesión de las cosas encontramos una seguridad que difícilmente encontraremos en otra parte. Sin embargo, ¿cómo saber ciertamente que lo que tenemos es lo que queremos? Con la seguridad no basta, hace falta algo más, no sé el qué, pero algo. ¿Es saludable tanto inconformismo? Con el tiempo uno aprende que nada es perfecto, que las relaciones amorosas no siempre nos llenan cómo nosotros queremos y qué nosotros mismos somos un cúmulo de pequeños y grandes defectos. Qué con el paso del tiempo todo cambia, y aunque sea una nimiedad, ese ínfimo cambio afectara a todo nuestro engranaje vital. Entonces sólo nos quedan dos opciones, o bien uno se adapta, o bien pasa página. O lo que es lo mismo, o aceptas qué es lo realmente quieres o bien aceptas que eres una causa perdida.
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