Arrojarte a las vías del tren. Enfrascarte en un tarro de cristal, de esos para poner el azúcar y con una tapa hermética. Encerrarte en una celda sin ventana, casi sin aire, con paredes lisas y nada que mirar. Meterte en un cuadro aterrador y que algún maléfico pintor desfigure tu cara. Subirte a lo más alto de la iglesia, haciendo sonar las campanas hasta que te revienten los oídos. Incrustarte en cualquier pared de piedra donde muchos amantes antes se han besado y tener que soportar la pasión ajena. Condenarte a ser ciego, para que no puedas mirarme nunca más y que tu imaginación tenga que hacer el resto. Coserte la boca con aguja e hilo, sin anestesia, para que nunca jamás ninguna mentira se convierta en verdad en oídos de una mujer que te ama. Quemarte la piel a fuego lento, hervirte la sangre literalmente y marcarte la rabia con un punzón. Atarte al fondo de una piscina vacía y llenarla con osadía hasta que la última bocanada de aire te ahogue el corazón. O simplemente...seguir caminando y conseguirte olvidar.
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La chica de humo
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
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