Esa sensación horrible de tener el alma adormecida. De que nada duela como debiera doler o de reaccionar de manera exagerada sin poder controlar tus impulsos. De sentirse vacío, destripado, como si sólo fueras un cuerpo con el que poder respirar. Hacerlo todo a desgana y arrasar con ese hastío todo lo que está cerca de ti. Compadecerte, lamerte las heridas resecas que nunca se van, sentir que ya vomitaste todas las palabras, que nada sirve de nada, que todo sirve sin ti. Saber a ciencia cierta que tus sueños se escaparon hace tiempo y dejarse contagiar por el desánimo cada mañana. Rozar un punto álgido ilusorio y después darte cuenta de que este momento no es así. Tenerlo todo y perderlo en cuestión de días, intentar la aventura imposible, volver para volver a irte, sentirse solo, perder el tiempo. Dejarte llevar por lo que suceda y actuar como si nada te importase, llenar el vacío y querer despertar esa alma a base de alcohol.
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La chica de humo
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
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