Esta silenciosa lluvia, de riachuelos sonando al otro lado de la ventana, me recuerda a aquél día en que tú y yo, todavía sin saberlo, nos condenamos para siempre. Con la ilusión de quién descubre algo nuevo, con la ignorancia de quién no sabe lo que es amar, la radio nos cantaba al oído una melodía de la que ya jamás íbamos a poder escapar. El bar, decorado con pequeñas mesas redondas, estaba medio lleno, a la espera de que un grupo de turistas decidiera pararse a merendar. Recuerdo que eran más o menos las ocho de la tarde, porqué afuera era de noche, y que tenía un nudo en el estómago que no me dejaba respirar. Y temblábamos, mientras tus ojos iban pidiendo respuestas y de tu boca salían palabras contadas, que con cautela narraban este cuento que parece que no tiene fin.

Ese día no llovía, pero el cielo estaba tan gris que presagiaba que íbamos a ver llover muchas otras noches.

Golpes

Dejar que la pena se la trague el desagüe de la ducha, como aquellos golpes de la vida que no sabemos encajar y desaparecen de nuestra memoria. Algunos lo llamarían huir, seguramente es hacerse el loco. Porque no hay nada peor que te den un puñetazo en toda la cara y que no sea físicamente. Que ese dolor se cuela por todas las grietas de un cuerpo lleno de arañazos que nunca curan y contamina todo lo demás. Todo lo bueno se tiñe de negro y las esperanzas deciden echarse a correr para que nadie las pueda alcanzar. Que es mejor volverse cínica, a tener que aguantar las tonterías de algún manido corazón.

Ahora

El miedo paraliza,
el mínimo indicio que pueda afirmar
que se me han pegado más allá de la piel
tus peores defectos.

Que salvando algunas distancias
yo sea más tu de lo que nunca he sido,
que lo normal parece que no entra en mis planes
que el peligro es el motor que nos da vida.

Despenalizada la mentira y el engaño,
eliminar el límite entre el bien y el mal,
actuar con el corazón frío
y en la cabeza solo una palabra: control.

Y acaso ni me inmuto al descubrirlo,
cómo si el amor siempre hubiera sido vivido así,
como una pesadilla, rabia que no te deja dormir,
algo que se acaba.

Y si se acaba puede ser que nunca existió.

Y al final de todos los puntos suspensivos
lo único que queda es alguien diferente,
un yo más malvado que nunca,
un tú tan como de costumbre.

Puede que el último salvavidas
nos hubiera ahogado de verdad,
que lo imposible fuera imposible
que lo improbable fuera un futuro quizás.

Y hubiera preferido quemarme contigo
que tener que aceptar que vas a estar siempre,
sólo para recordarme que antes de ti
yo no era la que soy ahora.

La chica del adiós

A ella nunca le han escrito cartas de amor,
más bien siempre han sido de despedida,
mejor así, piensa, tener al menos un motivo
para recordar por qué los que se fueron
nunca debieron llegar.

Es la chica del adiós,
un pasatiempo encrucijado
para aquellos que no se atreven a quedarse,
la chica que mide su vida sentimental
por los calcetines sueltos que han ido invadiendo su casa.

A ella podrían gustarle las cartas de amor,
sino fuera porqué sabe que solo consiguen fabricar expectativas,
hacer promesas incumplibles,
partirse en dos cuando el que la escribió
desaparece en la salida de emergencia.

Algunos la llaman excéptica,
la creen fría y racional,
pero son aquellos que no saben
que la chica del adiós se debe a su nombre,
que quizá antes de poder recibir cartas de amor

es ella la que prefiere marcharse.




Que todavía

Maquillar con una sonrisa
que todavía dueles hasta el alma,
desear, en parte,
que esa felicidad sea la peor de tus torturas.

Saber que no hallo, ni hallaré,
manera alguna de devolverte tus mentiras,
que ni tan sólo pagarte con especias
puede hacerte sentir el más mínimo remordimiento.

Demostrar indiferencia que a ciencia cierta
atormenta más que odiarte de verdad,
que si creyera en la justicia,
me arrodillaba ante ti pidiendo clemencia.

Incrustar en mi memoria
que esto siempre ha sido un juego,
que las reglas las marcabas tu
a sabiendas que yo perdía de antemano.

Acertar cuando pienso que nunca,
nunca habrá en ti algún pedazo de mí,
que los cobardes ya no tienen sentimientos,
que sólo venden historias de amor,

para no aburrirse en el camino.