Maquillar con una sonrisa
que todavía dueles hasta el alma,
desear, en parte,
que esa felicidad sea la peor de tus torturas.
Saber que no hallo, ni hallaré,
manera alguna de devolverte tus mentiras,
que ni tan sólo pagarte con especias
puede hacerte sentir el más mínimo remordimiento.
Demostrar indiferencia que a ciencia cierta
atormenta más que odiarte de verdad,
que si creyera en la justicia,
me arrodillaba ante ti pidiendo clemencia.
Incrustar en mi memoria
que esto siempre ha sido un juego,
que las reglas las marcabas tu
a sabiendas que yo perdía de antemano.
Acertar cuando pienso que nunca,
nunca habrá en ti algún pedazo de mí,
que los cobardes ya no tienen sentimientos,
que sólo venden historias de amor,
para no aburrirse en el camino.
Mostrando entradas con la etiqueta Microemociones. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Microemociones. Mostrar todas las entradas
Que todavía
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
Entre estas calles
En algún lugar entre estas calles
alguien te ama,
te desea,
desnuda tu nombre
descolgándolo entre las grises fachadas.
Alguien bebe tus pasos
como agua cristalina,
descubriendo el veneno de tu alma,
la esperanza de tu pulso herido.
alguien te ama,
te desea,
desnuda tu nombre
descolgándolo entre las grises fachadas.
Alguien bebe tus pasos
como agua cristalina,
descubriendo el veneno de tu alma,
la esperanza de tu pulso herido.
Etiquetas:
Literatura,
Microemociones
Hay cosas que nunca cambian
Límites...¿dónde están los límites?¿realmente existen o los creamos nosotros mismos?¿para qué sirven los límites?¿para ajustarlo todo dentro de lo correcto?¿cómo se ajustan los límites?¿dentro de lo subjetivo?
¿los límites impuestos son barreras, muros, prisiones?¿o son reglas morales que nos ayudan a vivir y a (con)vivir?¿es antinatural ponerse límites?¿decir hasta aquí he llegado y no voy a dar un paso más?¿no es ellímite una prohibición que genera más deseo?
¿cómo medir la realidad de los límites?¿la realidad es un límite?¿la verdad es un límite?¿dónde quedan los sentimientos?¿entre el límite y lo real?¿cómo aplicarle un límite al corazón?
¿los límites impuestos son barreras, muros, prisiones?¿o son reglas morales que nos ayudan a vivir y a (con)vivir?¿es antinatural ponerse límites?¿decir hasta aquí he llegado y no voy a dar un paso más?¿no es ellímite una prohibición que genera más deseo?
¿cómo medir la realidad de los límites?¿la realidad es un límite?¿la verdad es un límite?¿dónde quedan los sentimientos?¿entre el límite y lo real?¿cómo aplicarle un límite al corazón?
Etiquetas:
Microemociones,
Preguntas existenciales,
Prosa y algunos versos
Esa sensación horrible de tener el alma adormecida. De que nada duela como debiera doler o de reaccionar de manera exagerada sin poder controlar tus impulsos. De sentirse vacío, destripado, como si sólo fueras un cuerpo con el que poder respirar. Hacerlo todo a desgana y arrasar con ese hastío todo lo que está cerca de ti. Compadecerte, lamerte las heridas resecas que nunca se van, sentir que ya vomitaste todas las palabras, que nada sirve de nada, que todo sirve sin ti. Saber a ciencia cierta que tus sueños se escaparon hace tiempo y dejarse contagiar por el desánimo cada mañana. Rozar un punto álgido ilusorio y después darte cuenta de que este momento no es así. Tenerlo todo y perderlo en cuestión de días, intentar la aventura imposible, volver para volver a irte, sentirse solo, perder el tiempo. Dejarte llevar por lo que suceda y actuar como si nada te importase, llenar el vacío y querer despertar esa alma a base de alcohol.
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
Arrojarte a las vías del tren. Enfrascarte en un tarro de cristal, de esos para poner el azúcar y con una tapa hermética. Encerrarte en una celda sin ventana, casi sin aire, con paredes lisas y nada que mirar. Meterte en un cuadro aterrador y que algún maléfico pintor desfigure tu cara. Subirte a lo más alto de la iglesia, haciendo sonar las campanas hasta que te revienten los oídos. Incrustarte en cualquier pared de piedra donde muchos amantes antes se han besado y tener que soportar la pasión ajena. Condenarte a ser ciego, para que no puedas mirarme nunca más y que tu imaginación tenga que hacer el resto. Coserte la boca con aguja e hilo, sin anestesia, para que nunca jamás ninguna mentira se convierta en verdad en oídos de una mujer que te ama. Quemarte la piel a fuego lento, hervirte la sangre literalmente y marcarte la rabia con un punzón. Atarte al fondo de una piscina vacía y llenarla con osadía hasta que la última bocanada de aire te ahogue el corazón. O simplemente...seguir caminando y conseguirte olvidar.
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
Echar de menos puede ser terriblemente demoledor.
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
Mecánica espiral
Si hay algo que cada vez tengo más claro es que el ser humano funciona a base de contrastes, o de extremos, cada cual que lo llame como quiera. ¿Por qué sólo queremos algo cuando no podemos tenerlo? Y cuando lo tenemos, ¿por qué estamos tan convencidos de que no lo queremos? Es contradictorio, pero por lo visto nos gusta complicarnos la vida. Con lo sencillo que sería aceptar las cosas tal y como son, sin necesidad de tener que perder algo para darnos cuenta de que sin eso nuestra vida no es igual. Aunque también me planteo ¿qué hay de cierto en querer algo cuando no se puede tener? En esta situación, ¿dónde queda el orgullo? Seguramente en la posesión de las cosas encontramos una seguridad que difícilmente encontraremos en otra parte. Sin embargo, ¿cómo saber ciertamente que lo que tenemos es lo que queremos? Con la seguridad no basta, hace falta algo más, no sé el qué, pero algo. ¿Es saludable tanto inconformismo? Con el tiempo uno aprende que nada es perfecto, que las relaciones amorosas no siempre nos llenan cómo nosotros queremos y qué nosotros mismos somos un cúmulo de pequeños y grandes defectos. Qué con el paso del tiempo todo cambia, y aunque sea una nimiedad, ese ínfimo cambio afectara a todo nuestro engranaje vital. Entonces sólo nos quedan dos opciones, o bien uno se adapta, o bien pasa página. O lo que es lo mismo, o aceptas qué es lo realmente quieres o bien aceptas que eres una causa perdida.
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
Pues eso
- Yo ya no siento nada, Álex.
- ¿A qué te refieres?
- Pues eso, que estoy totalmente vacía.
- Eso es imposible.
- ¿Por qué?
- Por qué tú eres una apasionada de la vida. Nunca he visto a nadie llorar como lo haces tú.
- Pues me he secado con tanta lágrima. Ya no soy la que era, creo que me he convertido en un iceberg.
- ¿Sabes lo que pasa con los icebergs?, que sólo podemos ver el 10% por qué el 90% restante está bajo el agua.
- Exactamente, estoy con el agua al cuello.
- No, te estoy diciendo que sigues siendo la de siempre, que no quieres aceptar lo que sientes.
- ¿A qué te refieres?
- Pues eso, que estoy totalmente vacía.
- Eso es imposible.
- ¿Por qué?
- Por qué tú eres una apasionada de la vida. Nunca he visto a nadie llorar como lo haces tú.
- Pues me he secado con tanta lágrima. Ya no soy la que era, creo que me he convertido en un iceberg.
- ¿Sabes lo que pasa con los icebergs?, que sólo podemos ver el 10% por qué el 90% restante está bajo el agua.
- Exactamente, estoy con el agua al cuello.
- No, te estoy diciendo que sigues siendo la de siempre, que no quieres aceptar lo que sientes.
Etiquetas:
Microemociones,
Microrelatos,
Prosa y algunos versos
Lo que no sé de mí
Desconozco a mi subconsciente. Ignoro en qué parte de mi cuerpo habita pero sé que está ahí, actuando con autonomía, agarrándome con todas sus fuerzas a todo aquello que no acepto. ¿Deseos, ilusiones, derrotas, algún que otro trauma, algún que otro desengaño emocional, muchas esperanzas? No me da ni un respiro, ni una pausa, ni un tiempo muerto. Le encanta jugar conmigo y manejarme a su parecer, cual títere sin cabeza, cómo una niña completamente irracional. Quizás él tenga la respuesta a todo lo soy, a todo lo que quiero, a todo lo que anhelo, aunque por mucho que me empeñe todavía no he sido capaz de descubrirlo.
"Cuando se repiten situaciones o sucesos que nos dañan emocionalmente, se está empujado por la energía psíquica que tiende a repetir algo que ya se sintió y que produjo una excitación elevada, aunque dolorosa."
"Cuando se repiten situaciones o sucesos que nos dañan emocionalmente, se está empujado por la energía psíquica que tiende a repetir algo que ya se sintió y que produjo una excitación elevada, aunque dolorosa."
Hay que joderse.
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
Del pasado al presente
Su corazón se bloqueó sin que ella pudiera hacer nada por impedirlo. Se cerró en banda inmediatamente con la primera punzada de dolor, con el primer recuerdo, con la primera lágrima, con la primera verdad. Se puso de cara a la pared y se enfadó con su dueña. Su capacidad de entregarse se encogió, se congeló en un instante que ella aún no logra recordar y se conformó con seguir viviendo olvidando aquella parte de sí misma. Miedo, en el fondo era miedo, y aunque lo sabía no encontraba la manera de vencerlo. Se desintoxicó de las locuras, de los reencuentros desesperados, de las palabras que por muy palabras que fueran no decían nada, de ser amada sólo en la mitad. Tocó sus propios límites con la yema de sus dedos y aguantó hasta quemarse con el frío más caliente jamás conocido. Optó por la salida de emergencia, quizás huyó, pero ya no le importa. Se rehabilitó a base de mirarse en el espejo, de toneladas de paciencia, de rehacer los vínculos con su gente de siempre, de crear otros nuevos. Alguna noche optó por la terapia de choque a base de alcohol y discoteca, atenuando ese miedo bajo capas y capas de valor a enfrentarse de nuevo a él. El amor, qué si no.
Etiquetas:
Microemociones,
Microrelatos,
Prosa y algunos versos
XXX
Y se fue a dormir bajo el sonido del agua golpeando el suelo, imaginando que cada gota era un beso que él le enviaba desde la otra punta del mundo; deseando que aquella fuera su manera de decirle que también la echaba de menos, que se acordaba de ella, aunque sólo fuera en los días de lluvia.
Etiquetas:
Microemociones,
Microrelatos,
Prosa y algunos versos
Disappointed
I’m at the beginning again just trying to know who I am. What happened to us? I want to believe that my child smile is still inside me and that the innocence hasn’t gone yet. I remember when we used to sing at karaoke and I sat down on your knees. I felt safely. I held the microphone with your hand on mine and then I thought you’d never leave me alone. In fact, I believed you’d walk with me..forever and ever.
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
Danger, danger
This can be dangerous.
I know it but I’m playing with the past.
I don’t want to feel this empty feeling.
I don’t want to get burned twice, but I’ve already lighted this fire.
I feel everything is too complicated again.
Maybe I’ve been wrong. Yes, I have.
Perhaps I shouldn’t try it.
I thought I was ready but it hasn’t passed enough time.
It’s still soon.
I still haven’t healed my wounds.
I still haven’t forgotten us.
I have only to let you go.
I believe you have to do the same with me.
Don’t you?
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
De vuelta y vuelta
Alarma. Sueño. Pereza. Ojos abiertos. Nervios. Alarma. Sin escapatoria. Me levanto. Mirada alrededor. Pena. Pies en el suelo. Descenso tres pisos. Café con leche. Primer pensamiento del día. Agobio. Cigarro. Pulmones cada vez más machacados. Ordenador. Casa vacía. Silencio. Tristeza. Avión próximo. Más tristeza todavía. Correo electrónico. Ninguna novedad. Recuerdo. Sonrisa. Contacto con el mundo. Recorrido por toda la casa. Búsqueda de lo esparcido en cuatro días. Me pesa el ánimo. Discusión reciente. Vuelvo a la ciudad sin arreglarlo. Decepción. Me tumbo al sol. Relajación momentánea. Música aleatoria en mis oídos. Otra vez pienso. Frustración. Problemas. Busco fuerzas dentro de mí. Doy la vuelta. Leo historia de Charles. Dejo mi mundo de lado para meterme en el suyo. Aburrimiento. Una lágrima cae. Se avecina una vorágine. La paro. Me distraigo. Nubes que pasan. Calor que se esconde. Frío. Cigarro. Percibo que me tiemblan las manos. Llevo dos días así. Respiro. Le doy vueltas a la cabeza. Ha pasado media mañana. Tiempo desperdiciado. Mensaje. Agradecimiento. Pararía el reloj. Llamada. Primer adiós. Balbuceo un desgastado volveré pronto. Reaparece agobio y tristeza. El sol se va sin dar explicaciones. Me escondo. No me quiero ir. Más problemas. Recorrido de los últimos años. Nada. Inutilidad. Escribo. Sigo pensando. Esta máquina no puede parar. Me convenzo. Todo irá bien. De peores hemos salido. Ya la añoro. Todavía no me he ido. Me encuentro en el espejo. Desvío la mirada. Decepción vuelve a por mí. Maletas vacías. Cosas por el suelo. Recuerdo mis palabras. Me maldigo. Pierna que también tiembla. Desesperación. Golpes contra la pared. Te busco. Me pierdo. Pastillas para el dolor. Se acerca la hora. Me dejo arrastrar. Le doy al play. Ansiedad. Letras que me hablan. No escucho. Me enfado con el mundo. Pido un cambio. Tiempo muerto, por favor. Me obligo a rehacer el equipaje. Grito. Mis manos dan pena. Dramatismo. Me daría dos sonoras bofetadas. Miro el corcho. Vuelvo a septiembre. Encuesta en servilleta sin pies ni cabeza. Me río. Entierro sentimientos. Día definitivamente gris. Agotamiento. Necesito aire. El torrente se desbordará de un momento a otro. Basta. Enésima despedida. Alivio. Tengo gafas de sol. Os echaré de menos. Sí, a ti también.
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
De Google y otras búsquedas
Nos pasamos las horas, los días y la vida buscando cosas. Sí, estamos continuamente en estado buscador, en modo google, aunque ni tan siquiera sepamos lo que queremos encontrar. Además, no nos conformamos con cualquier cosa, no, y precisamente por eso estamos siempre rastreando en busca de nuevas oportunidades. Buscamos el mejor trabajo, la mejor pareja, el mejor restaurante, el mejor supermercado, la mejor televisión, los mejores amigos, la mejor escuela para los niños, la mejor hipoteca, etc, pfpfpf. Sí, buscamos eso y más. Y en ese proceso de selección de cosas, unas más banales que otras, también nos estamos buscando a nosotros mismos. Definitivamente, sí, y sobre todo a según qué edades, uno no hace más que adentrarse, preguntarse, escudriñar rincones ocultos, recorrer espacios laberínticos, quitar capas y capas de autoprotección, poner grandes dosis de paciencia, abrirse el corazón y conectarlo a esa máquina llamada cerebro con el único objetivo de encontrarse. Por qué uno cree saber quién es, uno puede ser inteligente, simpático, atento, entusiasta, empático, optimista, agradable, trabajador, soñador, luchador y por supuesto, toda una lista interminable de defectos que nos compensa tanta cosa buena. Pero claro, luego pasa algo, cualquier cosa, nimiedades o una relación sentimental que acaba, un mal resultado en el trabajo, un proyecto fallido, un cambio… e incluso cosas buenas, por qué eso también hay que saber digerirlo adecuadamente. Y así, después de que pase algo, y pasa frecuentemente, uno se ve obligado a replantearse quién es. Sí, por qué en el fondo no somos más que un cúmulo de experiencias que se suman a nuestra esencia. Vale, esa puede que difícilmente cambie, pero muchas veces me sorprendo a mí misma pensando qué por qué hago esto si yo antes no era así. Y entonces nos buscamos, buscamos respuestas y sin embargo sólo encontramos más y más preguntas. A todo esto, vengo a decir que seguramente toda esa parafernalia sentimentalista se reduzca a una sola cosa, la búsqueda de nuestra felicidad. Sin embargo, no sé quién decía que la vida se compone de momentos felices y no de etapas felices, y puede que tenga razón. Puede que tanta búsqueda no haga más que empañar el presente de agobios, malos ratos y ansiedades a tutiplén. Está claro que malas rachas las tiene todo el mundo, no estoy hablando de eso. Quizá deberíamos ser más resolutivos y menos inconformistas y aprender a disfrutar del ahora, del mañana y del pasado mañana sin pensar en la semana que viene. Al fin al cabo, la felicidad debemos llevarla dentro, ¿para qué buscarla afuera?...Todo es culpa del Sr. Google.
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
El cuentalágrimas
Hoy he contado tus lágrimas. Sí, de tus ojos han caído exactamente 83 gotas de pena, rabia y frustración. No me has dejado preguntarte nada, tal vez no tenías ganas de hablar o simplemente sabías que te entendería sin palabras. Tal vez te parezca que 83 es un mal número, o un número reducido; tal vez crees que todavía no has acabado de llorar, sea como sea da igual, yo las seguiré contando para calcular el peso que te quitas de encima. Verás, aunque tú no lo sepas, la primera ha sido porqué te has dado un golpe con la silla justo al sentarte. Es una tontería, pero eso ya te ha servido para desatar el llanto. Te ha dolido, y la segunda lágrima ha caído porqué te has sentido torpe, porqué cada dos por tres te estás haciendo daño sin saber muy bien por qué; en eso no has cambiado. La tercera ha sido el inicio de un sinfín de gotas que caían de par en par, te has empezado a ofuscar contigo misma y a decirte que todo te sale mal. En ese momento has derramado exactamente 10 lágrimas más; llevamos 13. A las 20 siguientes me ha costado un poco más seguirle el ritmo, porqué has empezado a sollozar como una niña pequeña. Ahí te sentías desprotegida y perdida; lo sé porqué conozco perfectamente los matices de tus lloros, y en ese momento has empezado a respirar como si te ahogaras. De hecho, te has ido ahogando hasta que he contado la lágrima 50. La verdad es que ha sido un poco incómodo, aunque se de antemano que no podía hacer nada para qué pararas. Resumiendo, y por sí no lo quieres aceptar, en esas 37 te has acordado de nosotros. Entonces se ha apoderado de ti un caos tormentoso, porqué aunque no sientes rencor, todavía tienes algo dentro que te remueve las entrañas.
Estaba empezando a pensar que pararías porque a la lágrima 51 has aminorado el ritmo, tu frecuencia cardíaca se ha normalizado y te has abrazado a mí. Ha sido un abrazo fugaz, porqué claro, yo estaba pendiente de otra cosa. Pero al separar tu cuerpo del mío tus ojos volvían a estar a punto de reventar, y entonces interiormente te has dicho algo así como qué no te reconoces, aunque luego has cambiado de opinión diciéndote que eres una fracasada. Yo ya sé que llorando te vuelves un poco loca, pero ahí sabes que te has pasado de la raya porqué en realidad no piensas eso. Total, que de la 51 a la 70 no has hecho más que machacarte por dentro, reprochándote no ser más fuerte, lamentándote por ser tan depresiva, tirándote en cara todos tus errores. Luego te has encendido un cigarro y mientras le dabas una calada detrás de otra me has sorprendido con una sonrisa. Y entonces yo te he devuelto el gesto, pero mientras observaba tu carmín rojo desecho por el líquido que te llegaba a la boca, ha caído la número 71. Creo que ahí eran de alegría, tal vez te has acordado de algún detalle, de algún momento ínfimo que te hizo feliz. Y así, sin quererlo, te has puesto eufórica, riendo y llorando al mismo tiempo hasta llegar a la 82. No sabía muy bien si esas lágrimas debía contarlas, porqué no eran puramente fruto de lo malo, aunque luego he pensado que si el recorrido te había llevado a ese punto también debía tenerlas en cuenta. Ya lo digo yo que eres como una montaña rusa y nadie me hace caso.
Aquel martirio matemático estaba llegando a su fin, menos mal. Tú ya sabes que los números nunca han sido lo mío, que a partir de 50 ya me cuesta contar. El caso es que has parado de golpe y el absoluto silencio apagado por tus sollozos ha aflorado. Y yo he respirado aliviado, por qué sabes que no me gusta verte llorar, por qué sufro, por qué me gustaría beberme tus lágrimas con tal de quitarte toda la pena, la rabia y la frustración. Te has limpiado el rímel con una servilleta y te has colocado bien el vestido. Entonces al fin has articulado las primeras palabras, un “cuánto tiempo”, y has arrastrado cada letra mientras caía la última gota, la número 83, directa a tus labios, sincera en su recorrido, hablando por sí sola y diciéndome todo lo que llevas guardando ahí dentro desde hace cinco años...que me echas de menos.
Estaba empezando a pensar que pararías porque a la lágrima 51 has aminorado el ritmo, tu frecuencia cardíaca se ha normalizado y te has abrazado a mí. Ha sido un abrazo fugaz, porqué claro, yo estaba pendiente de otra cosa. Pero al separar tu cuerpo del mío tus ojos volvían a estar a punto de reventar, y entonces interiormente te has dicho algo así como qué no te reconoces, aunque luego has cambiado de opinión diciéndote que eres una fracasada. Yo ya sé que llorando te vuelves un poco loca, pero ahí sabes que te has pasado de la raya porqué en realidad no piensas eso. Total, que de la 51 a la 70 no has hecho más que machacarte por dentro, reprochándote no ser más fuerte, lamentándote por ser tan depresiva, tirándote en cara todos tus errores. Luego te has encendido un cigarro y mientras le dabas una calada detrás de otra me has sorprendido con una sonrisa. Y entonces yo te he devuelto el gesto, pero mientras observaba tu carmín rojo desecho por el líquido que te llegaba a la boca, ha caído la número 71. Creo que ahí eran de alegría, tal vez te has acordado de algún detalle, de algún momento ínfimo que te hizo feliz. Y así, sin quererlo, te has puesto eufórica, riendo y llorando al mismo tiempo hasta llegar a la 82. No sabía muy bien si esas lágrimas debía contarlas, porqué no eran puramente fruto de lo malo, aunque luego he pensado que si el recorrido te había llevado a ese punto también debía tenerlas en cuenta. Ya lo digo yo que eres como una montaña rusa y nadie me hace caso.
Aquel martirio matemático estaba llegando a su fin, menos mal. Tú ya sabes que los números nunca han sido lo mío, que a partir de 50 ya me cuesta contar. El caso es que has parado de golpe y el absoluto silencio apagado por tus sollozos ha aflorado. Y yo he respirado aliviado, por qué sabes que no me gusta verte llorar, por qué sufro, por qué me gustaría beberme tus lágrimas con tal de quitarte toda la pena, la rabia y la frustración. Te has limpiado el rímel con una servilleta y te has colocado bien el vestido. Entonces al fin has articulado las primeras palabras, un “cuánto tiempo”, y has arrastrado cada letra mientras caía la última gota, la número 83, directa a tus labios, sincera en su recorrido, hablando por sí sola y diciéndome todo lo que llevas guardando ahí dentro desde hace cinco años...que me echas de menos.
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
El último café
Hoy he vuelto a la universidad. He vuelto para tramitar el título que me acredita como licenciada en, pero pagando, eso sí. He llegado corriendo, para no perder la costumbre, y el viaje en tren se me ha hecho igual de largo que siempre. Antes me dormía durante el trayecto, pero hoy ha sido imposible; estaba tontamente nerviosa por el reencuentro y por la despedida.
Me ha sorprendido llegar y encontrar la facultad vacía, tan sólo había unas pocas almas vagabundeando por el pasillo central de la planta baja, y he recordado que allí se iba a clase y qué era normal que reinase tanta paz a aquella hora de la mañana. Con sólo cruzar el umbral de la puerta lateral – uno de los lugares favoritos de los fumadores como yo – me ha invadido un repentino sentimiento de nostalgia, uf. La parte del papeleo no ha tenido nada de especial excepto que la mujer de administración ha sido más simpática de lo que yo recordaba; no se si era la alegría de perderme de vista o su manera de darme la enhorabuena, pero cuando yo estudiaba allí le hacían falta un par de dosis de simpatía. Después he vuelto a reencontrarme con mi querida fotocopiadora, aquella que cuando más la necesitabas nunca funcionaba y hoy, por si alguien tiene dudas, no me ha fallado. No me ha hecho ni una sola copia pero al menos no se ha tragado el papel original; ha sido todo un detalle por su parte, así que he pensado que también la echaría un poco de menos, incluso aunque nuestra relación hubiera sido un tanto tormentosa. Total, otro paseíto a visitar la fotocopistería. Casi no he tenido que hacer cola, lo cual me ha decepcionado; mi último día por allí no estaba estando a la altura. Menos mal que las fotos de tíos buenorros con las que las chicas decoran las paredes seguían allí, y así me he recreado un poco la vista. Mientras tanto los alumnos han ido saliendo de las aulas y de repente me he visto envuelta por un montón de niños y niñas que reproducían las mismas conversaciones que yo había tenido años atrás, y así, escuchando y mirando, me he sentido un poco vieja y un poco joven al mismo tiempo. He vuelto a la inocencia de mis dieciocho, a la ilusión que implicaba empezar aquella nueva etapa, pero también a la incertidumbre del qué no sabe que va a pasar, al miedo al cambio y a la transición entre esto y aquello. En cierta manera me he compadecido de ellos, no saben lo que les espera. Por último, he arrastrado todo este caos melancólico hacia la máquina de café, cómo no iba a decirle adiós después de tantos minutos compartidos; yo, que la visitaba tres o cuatro veces al día. He metido los cincuenta céntimos de rigor – que en mis tiempos eran treinta o treinta y cinco – y en un alarde de generosidad la máquina me ha dado el café con palito y todo. Reconozco que me he emocionado un poco, pero disimuladamente, porqué yo soy de esas personas que les cuesta desapegarse de todo hayan pasado cuatro meses o cuatro años, y sean personas, lugares o máquinas de café, qué le voy a hacer.
Así que al cabo de un rato ahí estaba yo, sentada fuera del vestíbulo fumándome el cigarro rutinario cómo si en cinco minutos tuviera que volver a clase, y echando de menos a mis niñas, aquellas que empezaron siendo compañeras de trabajos y con las que acabé compartiendo lágrimas y risas a partes iguales. Y antes de irme definitivamente, mientras me tragaba toda la nostalgia con ese último café, me he dado cuenta que aquel lugar ya se había quedado una parte de mí...¿me entiendes, no?
Me ha sorprendido llegar y encontrar la facultad vacía, tan sólo había unas pocas almas vagabundeando por el pasillo central de la planta baja, y he recordado que allí se iba a clase y qué era normal que reinase tanta paz a aquella hora de la mañana. Con sólo cruzar el umbral de la puerta lateral – uno de los lugares favoritos de los fumadores como yo – me ha invadido un repentino sentimiento de nostalgia, uf. La parte del papeleo no ha tenido nada de especial excepto que la mujer de administración ha sido más simpática de lo que yo recordaba; no se si era la alegría de perderme de vista o su manera de darme la enhorabuena, pero cuando yo estudiaba allí le hacían falta un par de dosis de simpatía. Después he vuelto a reencontrarme con mi querida fotocopiadora, aquella que cuando más la necesitabas nunca funcionaba y hoy, por si alguien tiene dudas, no me ha fallado. No me ha hecho ni una sola copia pero al menos no se ha tragado el papel original; ha sido todo un detalle por su parte, así que he pensado que también la echaría un poco de menos, incluso aunque nuestra relación hubiera sido un tanto tormentosa. Total, otro paseíto a visitar la fotocopistería. Casi no he tenido que hacer cola, lo cual me ha decepcionado; mi último día por allí no estaba estando a la altura. Menos mal que las fotos de tíos buenorros con las que las chicas decoran las paredes seguían allí, y así me he recreado un poco la vista. Mientras tanto los alumnos han ido saliendo de las aulas y de repente me he visto envuelta por un montón de niños y niñas que reproducían las mismas conversaciones que yo había tenido años atrás, y así, escuchando y mirando, me he sentido un poco vieja y un poco joven al mismo tiempo. He vuelto a la inocencia de mis dieciocho, a la ilusión que implicaba empezar aquella nueva etapa, pero también a la incertidumbre del qué no sabe que va a pasar, al miedo al cambio y a la transición entre esto y aquello. En cierta manera me he compadecido de ellos, no saben lo que les espera. Por último, he arrastrado todo este caos melancólico hacia la máquina de café, cómo no iba a decirle adiós después de tantos minutos compartidos; yo, que la visitaba tres o cuatro veces al día. He metido los cincuenta céntimos de rigor – que en mis tiempos eran treinta o treinta y cinco – y en un alarde de generosidad la máquina me ha dado el café con palito y todo. Reconozco que me he emocionado un poco, pero disimuladamente, porqué yo soy de esas personas que les cuesta desapegarse de todo hayan pasado cuatro meses o cuatro años, y sean personas, lugares o máquinas de café, qué le voy a hacer.
Así que al cabo de un rato ahí estaba yo, sentada fuera del vestíbulo fumándome el cigarro rutinario cómo si en cinco minutos tuviera que volver a clase, y echando de menos a mis niñas, aquellas que empezaron siendo compañeras de trabajos y con las que acabé compartiendo lágrimas y risas a partes iguales. Y antes de irme definitivamente, mientras me tragaba toda la nostalgia con ese último café, me he dado cuenta que aquel lugar ya se había quedado una parte de mí...¿me entiendes, no?
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
No me vengas con cuentos chinos
Una de mis dudas preferidas es qué hubieras hecho si yo no hubiera estado en el lugar y el momento adecuado; qué hubiera pasado si tú no hubieses venido aquí y yo nunca hubiera entrado allí; cuál hubiera sido el camino que habrían recorrido nuestras vidas, y si alguna vez hubiéramos llegado a encontrarnos. Pero la casualidad no me dio margen de error y nunca pude responder estas preguntas porqué te plantaste delante de mí cuando casi ni me acordaba de que existías. Cuando más encauzada estaba mi vida sentimental, cuando destilaba tanta alegría y sonreía continuamente, cuando pensaba que por fin todo iba bien, apareciste tú para recordarme que tanta felicidad no puede ser buena. Es decir, te viniste a mi casa de gratis y ocupaste mi vida ofreciéndome un amor desbordante, una pasión rojo-carmín y una historia de película; y yo me lo creí, tanto que de hecho empecé a quererte hasta hace poco. Pero la cuestión es que todavía no logro entender cómo pudiste olvidarte de todas las promesas en tan pocos días, y ya que no puedo despejar mis dudas iniciales, me veo obligada a intentar resolver las que fueron de verdad, las que dolieron, las que durante meses me amargaron la existencia; y yo, sinceramente, cada vez tengo más claro que nunca debí dejar que te metieras en mí cama, ni que me miraras a los ojos, ni que me trajeras croissants para desayunar aunque no te gustara el café de mi cafetera; ni tan siquiera debí dejar que te sentaras en mi sofá aquella primera noche y me calentaras los pies porqué hacía mucho frío. Digo yo que una estufa hubiera sido suficiente. Así que por favor, ahora que ha pasado el tiempo y no me apetece meter el corazón en un crucigrama, no me vengas con cuentos chinos.
Viniendo a cuento, hoy cambio el cine en corto por una canción, ea.
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
La bañera
Se hubiera quedado bajo la ducha toda la mañana, inhalando aquél vaho que limpiaba sus pulmones llenos de nicotina, y sintiendo el agua caliente cayendo sobre su cabeza, como si con ella se llevara parte de las dudas hacia el desagüe más profundo. Era un momento en qué se sentía etérea, ligera, cómo si pudiera volar sobre el charco que había bajo sus pies, aunque aquella sensación sólo la tenía al principio. No solía cantar, más bien se dedicaba a pensar, a pensar mucho, pero la mayoría de las cosas que pensaba siempre se quedaban a la mitad, aunque aquello no pasaba únicamente bajo la ducha. Frecuentemente tenía la sensación de que su vida se podía contar de mitad en mitad, de cosas abandonadas a medio hacer, de amores que sólo fueron sentidos, de caricias que no llegaron a la piel o de proyectos que caducaban rápidamente por falta de acción. Pero aún así, le gustaba sentarse en la bañera, divagar entre sus pensamientos y dejar pasar el tiempo, cómo si así se fueran a solucionar los problemas. En aquella posición, con la presión del agua caída desde lo más alto sobre todo su cuerpo, se encogía sobre sí misma y a veces se ponía a llorar. Las lágrimas se entremezclaban con el agua, y así le parecía como si no estuviera llorando, o cómo si hubiera llorado menos, porque el material de la pena no podía distinguirse entre semejante cantidad de líquido. Pero aquella mañana en la bañera no lloró, ni pensó, ni tan siquiera se sintió etérea. Simplemente se relajó, y se sintió tranquila, a salvo, porqué en esa etapa de su vida ese le parecía el único sitio donde no se podía ahogar.
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
Aire (o cómo cerrar una puerta y abrir una ventana)
Tu respiración me pone de los nervios, parece que te ahogas y de paso me quitas el aire que a mí me falta. – ¿Acaso no te has dado cuenta de qué aquí no hay sitio para los dos? O te vas tú o me voy yo, y rapidito que se nos acaba el oxígeno. – Ah, ¿qué no te quieres ir?, pues yo tampoco. – ¿Y ahora qué hacemos?¿Contemplarnos hasta asfixiarnos?. – Yo no tengo nada que decirte, ¿y tú?. – Yo sólo quiero que me mires a los ojos, ¿o no puedes?. – Qué tonterías dices, ¿por qué? . – Por qué nunca has sido capaz de hacerlo sabiendo que me mentías. – Me ahogo, ¿y si renovamos el aire?. – No puedes, ¿te acuerdas de cómo éramos?. – Yo nunca quise hacerte daño. – Vitales, éramos vitales, al menos nos funcionaban los pulmones. – No quiero ahogarme. – Me aburro, me voy. – Te echo de menos. – Si todavía sigo aquí. Y en ese instante él la miró a los ojos pidiéndole que se quedara. – Sigues siendo un mentiroso, ¿te cierro la puerta, vale?
Etiquetas:
Microemociones,
Prosa y algunos versos
Suscribirse a:
Entradas (Atom)